Lo más difícil es intentar soñar

«Con mis hermanos nos propusimos dedicarle unas últimas palabras a nuestra madre. Como últimamente me he ganado una pasajera fama de buen creador de discursos, me ofrecí a ser el que llevara a cabo tan importante misión. Quiero dejar claro que tanto Alonso como Andrea podrían hacerlo igual de bien (o a veces mejor), tan sólo yo fui el que se impuso y pidió insistentemente la pelota para tirar el penal. Decidí escribir lo que iba a decir porque uno nunca sabe en que momento la emoción puede apoderarse de tú persona y borrarte la mente (además llegar a improvisar ocasionaría un efecto contrario al que queríamos lograr).

Miles de ideas cruzaron por mi mente, pensando qué podía decir. Había presenciado algunos discursos fúnebres, pero ninguno me convencía. La mayoría son más bien tristes, extremadamente largos o vergonzosamente cortos, convirtiéndose en una tortura para el que lee y para todos los que resignadamente tienen que escuchar. Luego de minutos de reflexión me di cuenta que el verdadero espíritu de mi discurso llevaba 22 años frente a mis ojos: mi mamá.

Así que hoy, con la más noble de las intenciones, haré el discurso que mi madre hubiera querido: palabras llenas de alegría, humor y esperanza.

Mi madre era una mujer alegre e incluso, como decimos los de mi generación, jugosa. Le encantaba hacernos reír, desde pequeños. Recuerdo como alteraba los guiones de los clásicos cuentos de niños, creando una versión de Las 7 cabritas y el Lobo más parecida a El Resplandor que cualquier otra cosa.

Le gustaba cantar junto a su guitarra y a sus niños del jardín. Canciones que, era que no, al llegar a casa les cambiaba la letra, creando rutinas humorísticas que nos hacían saltar de la risa (a todo esto, sus bromas eran estilo Kramer, riéndose del resto de los integrantes de mi familia… en buena).

Es cierto que los últimos años tuvo sus malas conductas, pero los que la quisieron sabrán recordar su mejor parte. Recordarán a esa mujer creativa, linda, sacrificada ante todo, con harta energía y con ganas de transmitirla. Esa mujer que golpeaba la mesa cuando las cosas estaban mal, esa adolescente que suspiraba con Miguel Bosé, esa niña que se escapaba de casa por la ventana para andar en bicicleta. Entre paréntesis… no sé que le hallaba a Miguel Bosé.. y tampoco sé que tanto «carrete prohibido» era andar en bicicleta.

Y para no aburrir más, la última anécdota. Cuando nos sentábamos con ella los tres hermanos, frente al televisor a comer las cosas que ella preparaba, ya sea viendo Los Simpsons (que mi abuela no nos dejaba ver), Video Loco o cualquiera de esas peliculas de guerra o de abogados que daban en el HBO y que le gustaban tanto, ella solía decir que «me gustaría detener el tiempo y vivir hasta siempre este momento». Yo me reía de ella. Más que mal detener el tiempo es lo que menos quiere un niño ansioso de crecer y ser mayor.

Ahora que no daría por haber detenido el tiempo en ese momento.

Pero también estoy seguro que, si ella pudiera darnos un último consejo antes de irse, diría que hiciéramos todo lo posible para que el tiempo no se detenga hoy.

Así que mamá, llegaremos a un acuerdo: No detendremos el tiempo, pero de vez en cuando lo retrocederemos un poquito con complicidad, para luego adelantarlo y seguir recordando todo lo que te queríamos y amábamos.

Gracias a todos por venir».

Aprovecho la ocasión para insistir en la última línea.

Se pasaron todos los que fueron y nos dieron su apoyo.

Si usted no fue… igual vale un comentario en esta entrada.

PD: Paola Francisca Tagle Díaz . Por si alguien la googlea.