Además de que le gustaba que frecuentáramos los cines de Santiago, mi mamá muchas veces me pedía que le «quemara» DVDs para ver todas aquellas películas que no alcanzamos a ver en salas. Recuerdo con tanta nitidez el día que le pasé There Will Be Blood, una de mis películas favoritas de la vida (la cual he comentado reiteradas veces en este blog y que encabezó el ranking del 2008). Un par de días después le escribí por gmail chat- cuyo registro todavía puedo leer en mi cuenta de correo- y le pregunté qué tal le había parecido la película. Me dijo que era «demasiado buena» y se preguntaba «cómo diablos han filmado algo así?». Yo me quise hacer el chistoso y googlié donde habían filmado la película. El buscador me arrojó un lugar que no tenía idea que existía y que en verdad no me llamó mucho la atención: Marfa, Texas. Le dije: «fácil… es cosa tan simple como poner una cámara en Marfa, Texas«. Ella dijo: «deberíamos ir algún día». Yo respondí: «igual está como lejos…» y ella me rebatió: «tú eres espectacular, vas a llegar a donde quieras». Después agregó un «me tengo que ir, te amo» y esas fueron las últimas líneas que le leí. Conversamos después varias veces en persona o por teléfono, pero de todo lo escrito, esas fueron sus últimas palabras.
Siete años después, junto a seis de mis amigos, tomamos dos autos y nos fuimos a golpear las carreteras tejanas en busca de la tierra prometida, la anhelada Marfa. Luego de siete horas de viaje (partimos desde Austin), muchos hits cantados a todo pulmón en nuestro carpool karaoke, varios recuerdos de nuestro primer tomate y centenares de vistas maravillosas, llegamos a Alpine, Texas, a media hora de Marfa. Alpine sería el pueblito que nos acogería la primera noche.
Me gustó mucho la casa en que nos quedamos. Era linda, tenía muchos instrumentos musicales a disposición, nuestros vecinos eran caballos y gallinas, la cocina era espectacular (por fin pude usar unas de esas bandejas gigantes que tapan muchos platos de la cocina y me juraba chef de Benihana cocinando pollo y verduras con cara de latino japonés) y teníamos muchísimo espacio pese a ser un numeroso grupo de personas. La magia de airBnB. Alpine era bastante….mmm…pintoresco, como diría un viejito metiche en una tira cómica de Mafalda. Se notaba también que la gente era media conservadora y que estuvimos a punto de ser acribillados por ser latinos (en este grupo el que no es latino igual parece serlo).
La actividad planificada para nuestra primera noche era ir a ver las estrellas al observatorio McDonald. No tiene nada que ver con al restaurante de fina cocina estadounidense, es sólo un alcance de nombre (creo, igual no he verificado lo que acabo de escribir). Está como a media hora de Marfa, pertenece a la gloriosa Universidad de Texas en Austin, y supuestamente era una visita obligada para toda persona que se dio el trabajo de llegar a Marfa. Desafortunadamente había tanta neblina esa noche que no pudimos ver nada (¿No es la vida más que una serie de desilusiones?) Así que decidimos irnos a las afueras de Marfa a ver las llamadas «Luces de Marfa» (o Marfa Lights). Y acá vale la pena detenerse.
(Léase esta línea como si fuera una pausa)
Marfa es conocida por dos cosas: sus luces y su arte. De su arte hablaremos después. Sus luces, cómo decirlo, son una de las cosas más maravillosas que he experimentado. Imagínense la siguiente situación: desierto total, ese tipo desierto infinito tan ancho como el mundo entero y tan profundo como el horizonte. Un par de arbustos por ahí, uno que otro cáctus, más de algún matojo rodando debido al viento que te hiela la piel. Son pasadas las doce de la noche, hace un frío que duele. Al comienzo del desierto hay un observatorio, un lugar que no es más que un suelo de cemento con algunos asientos y un par de carteles. Frente a ti, nada más que la nada. Absolutamente nada más. Al principio ves en las montañas de al fondo un par de luces que, para ser sincero, parecen la luz de algún faro o de un aeropuerto. Nada especial. La mitad de nuestro grupo abandonó el lugar decepcionado. La otra mitad nos quedamos. Después de unos minutos empecé a perder la esperanza. Tantos mitos había escuchado sobre las luces de Marfa: que nadie sabía de qué eran, que muchos pensaban que eran extraterrestres (a todo esto, el lugar se parece mucho a lo que uno se imagina es la zona 51), otros decían que eran fantasmas o espíritus de nativos, etc. Cuando ya estaba a punto de abandonar, se me ocurrió moverme a una de las esquinas del observatorio. Ahí fue cuando las vi. Sentí ese escalofrío que uno siente cuando algo que no es normal- algo que no debería estar ahí- aparece en frente de tus ojos. Distintas luces de colores aparecieron y comenzaron a moverse. Más que estrellas o puntos, eran discos o circunferencias. Llamé a mis amigos para que vieran. La sensación de estar viendo algo sobrenatural era general. De repente una de las luces empezó a acercarse rápidamente hacia donde estábamos nosotros. Escuché el pánico en las voces de la pareja de extraños que se encontraba cerca de nosotros. Más que escalofríos, ahora tenía un calor en el cuello que me reconfortaba, me bendecía con la oportunidad de estar viendo algo irrepetible. Muchos dicen que no son más el reflejo de las luces de los autos en una especie de campo magnético que se produce en el desierto. Puede que tengan razón (aunque jamás lo han demostrado). El punto es que da lo mismo. Si alguien descubre después que no eran más que unos mexicanos jugando con espejos y fuegos artificiales en la frontera, estaría igual de maravillado. El efecto visual es hermoso. Es algo que no verás en ningún otro lugar.
El segundo día lo dedicamos a recorrer Marfa. Es un pueblito bien pintoresco, parecido a la imagen que todos aquellos que nunca han venido a Texas deben tener en su cabeza cuando escuchan la palabra «Texas». Pero también está lleno de estudios de arte, galerías, pequeñas ferias con artesanías y todo está inmerso en una atmósfera de que algo especial está en el aire, algo que no podrás vivir en ningún otro lado. Durante los 70′, Donald Judd, un artista minimalista estadounidense, decidió irse a vivir a Marfa y llenarla de arte. Muchos otros artistas lo siguieron y, al ir pasando las décadas, convirtieron Marfa en el pueblo tan especial que es ahora.
Del arte de Marfa quiero destacar tres cosas. (1) Alguien puso una tienda de Prada en la mitad de la nada. Lo más freak que he visto en mi vida (y eso que vivo en Austin) (2) En la Fundación Chinati, una de las que inició Judd, hay unas esculturas de concreto gigantes al aire libre que son de lo más llamativas. Y (3) las esculturas de aluminio de Donald Judd dentro de uno de los hangares de la Fundación Chinati. Jugando con la luz, el espacio y unos metales, engaña nuestros ojos y nos hace ver cosas que no están ahí. Nuevamente me dieron esa sensación que reina en Marfa, esa comprensión súbita de que esto no es posible en ningún otro lado y en ningun otro tiempo. Lamentablemente las fotografías dentro de los hangares están prohibidas.
Al final del dia nos fuimos a Terlingua, Texas. En realidad no había nada interesante que visitar ahí, pero era camino intermedio a la atracción turística más importante de la zona (más detalles en el próximo párrafo). Igual nos llevamos la sorpresa que Terlingua era muy bonito. Además la casa en que nos quedamos era puro lujo. Antes de dormir nos arrancamos a ver el llamado «Pueblo Fantasma» (Ghost Town). No mucho que decir al respecto. No era un pueblo muy entretenido ni tampoco vimos fantasmas. Eran varias casitas encima de unos cerros y en el cerro de al medio algo había pasado (una guerra, los Power Rangers en su robot gigante, Godzilla o qué sé yo) que todo estaba destruido. Igual tomé la mejor foto que he tomado en mi vida. Soy re malo tomando fotos, por eso me dediqué a la pintura.
Cuando planeamos ir Marfa alguien sugirió que podíamos pasar al parque nacional que quedaba cerca, Big Bend. Para los que vieron Boyhood, es el parque que los personajes visitan al… spoiler alert… final. Nos pareció buena la sugerencia así que fuimos. El parque era maravilloso. Es de esos lugares gigantescos que necesitas como una semana para conocer entero. Lamentablemente teníamos una pura mañana. Así que decidimos hacer el sendero que significaba menos tiempo (eran como 2 horas caminando), el sendero de la ventana. Me gustó mucho, pero me quedé con las ganas de ir al cañón de Santa Elena, que se ubica justo en el río Grande (o Río Bravo, si lo miras desde el lado de México). Es la excusa para volver.
Después de eso ya nos tuvimos que regresar a Austin. Estudios de postgrado en Estados Unidos son la nueva esclavitud y los estudiantes no nos podemos tomar más que un fin de semana libre al año. En fin, disfruté muchísimo este viaje. La pasé bien, vi lindos lugares, mis amigos anduvieron de lo más felices y, por sobre todo, sirvió para demostrarme a mi mismo esas palabras que ahora hacen todo sentido. Para mi las luces de Marfa tienen un origen tan claro. Si me hubieran visto esa noche en mitad del desierto, hubieran visto como las Marfa lights iluminaban mi sonrisa. Si alguien me hubiera tomado una foto, hubiera capturado el momento exacto en mi vida en que me doy cuenta que puedo llegar hasta donde yo quiero.
PS: Acá les dejo una foto de la única persona que me falta nombrar como fotógrafo.