La Sombra de haber sido un Desdichado

(Acompañar lectura dándole play al mp3)

Esta historia trata sobre un hombre viejo sentado en una esquina. No es importante que sea un hombre, tampoco tiene importancia que esté sentado en una esquina. Lo importante es que es viejo, muy viejo.

El hombre viejo lleva un abrigo amarillo y parece estar pensativo. Recuerda.

¿Qué cosas se recuerdan cuando toda tu vida es un recuerdo?

¿Qué hacer cuando llegas al momento de tu vida en el que te quedan más cosas por olvidar que por aprender?

Cuando el hombre viejo sentado en una esquina no era tan viejo (y no estaba sentado, ni siquiera estaba  en una esquina) tenía otro estilo de vida. Era más joven, por decirlo de alguna manera.

Tenía tres hijos, una hermosa esposa, un trabajo digno, un perro enorme y una camioneta que, a pesar de no ser de las mejores,  resistía el viaje anual de vacaciones. Cada domingo jugaba en una liga de futbol amateur, gustaba de ir al cine los jueves por la noche y era una real inspiración para sus hijos.

Todos sabemos que nada es para siempre.

El hombre viejo recuerda con exactitud el momento en que empezó a ser viejo (el momento que iniciaría la rapidísima carrera hacia su esquina). Lo recuerda como si fuera ayer.

A pesar de tener una hermosa familia y un futuro más que asegurado algo faltaba en su vida. Ese algo lo ponía nervioso. No sabía lo que era, sólo sabía que le faltaba.

Se acostumbró a llorar en la ducha, dejó de escuchar sus discos de Bon Jovi e intentó no comer más carbohidratos.

Su desesperación creció con el tiempo.

A la edad de 35 años ya era una persona totalmente ida. Odiaba todo y a todos.

Le apestaban las reuniones familiares, las que lamentablemente solían ser en su casa, pues era la más grande. Le fastidiaba ver a sus hermanos, sus sobrinos, los hermanos de su esposa, la suegra, el tío desconocido que andaba de pasada y los amigos de sus hijos que parecían no tener comida en sus propias casas los domingos.

Quisiera decir «una vez» pero es tan predominante en el resto de la historia que más vale la llamemos «esa vez».

Esa vez el hombre no soportó más.

Era el cumpleaños de uno de sus cuñados y la fiesta sería, era que no, en la casa del hombre viejo (que, repito, en ese entonces no era tan viejo).  Los invitados fueron llegando, uno por uno. El hombre viejo observaba su llegada desde la ventana del segundo piso, con una sonrisa de poker.

Uno de los invitados, cuya identidad el hombre viejo prefiere ocultar, llega gritando groserias porque a su parecer no hay suficiente torta para satisfacer a los presentes. El hombre viejo, a pesar de estar en el segundo piso, dentro de su habitación, lo escucha.

El hombre viejo se desespera.

Aún está a tiempo, nadie lo ha visto.

Usa su as bajo la manga.

Se esconde debajo de la cama.

Decide pasar todo el día ahí abajo, para que nadie lo vea.

Rie.

Se siente libre.

Se siente nada.

Su esposa lo busca insistentemente. Registra todas las habitaciones.

¿Pero qué se iba a imaginar que  estaría debajo de la cama?

En un momento pensó en salir y mostrarse a la luz. Pero la idea fue desechada en seguida: nada más pensar en saludar a todos y soportar sus comentarios acerca de lo bonito que era reunirse en familia le hacía doler el estómago. Además no faltaría el desubicado que le sacara en cara la escasez de pastel.

Pasó 7 horas jugando con las hilachas que colgaban del colchón.

Cuando todos se fueron salió de su escondite, buscó a su esposa y le dijo «tuve que irme urgente a la pega, acabo de volver» antes de besarla.

La esposa encontró que era una terrible excusa, pero la dejó pasar.

Todo hubiera sido tan distinto si ella no la hubiera dejado pasar, pensó el hombre viejo sentado en una esquina.

Una esquina que ya no era cualquier esquina… era su esquina, la esquina del hombre viejo.

Y el hombre viejo siguió recordando. Por años.

En su esquina vio ponys tontos, perros cojos, hombre con una sola pierna o un solo brazo y espantapájaros rellenos sólo de polvo y trigo.

Recordó la infinidad de momentos de su vida que pasó escondiéndose debajo de la cama.

Una vez su hijo pequeño lo descubrio y él, utilizando el poder que le confiere el hecho de ser padre, le convenció que esconderse bajo la cama era «cosa de adultos» y que no tenía de qué preocuparse.

El niño consideró que era una explicación extraña la de su padre, pero la dejó pasar.

Si tan sólo no la hubiera dejado pasar, pensó el hombre viejo sentado en su esquina.

¡¡Hombre viejo!! Tú también la dejaste pasar. Tú más que nadie. Levántate, camina ¡¡sal de tu esquina!!

Pero el hombre viejo no puede escucharnos.

Mientras no pueda hacerlo, seguirá sentado en su esquina.

Y cuando salga el sol, se le iluminará la cara y recordará las palabras del maestro.  Descubrirá que ha pasado todo ese tiempo sentado a la sombra… a la sombra de haber sido un desdichado.

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PD: ****Spoiler Alert**** El 11 estoy de cumpleaños. xD

PPD: La canción es The Wrestler de Bruce Spingsteen (de la película The Wrestler).

PPPD: Sé que les debo mil posts… los publicaré en cuanto pueda. Estoy saliendo de una sequía creativa, pero he escrito bastante las ultimas 5 horas.

PPPPD: Está freak este post, pero es lo que me nace escribir ahora. =S